La Sal
Ese olor a salitre tenía una dueña: Sara, la del café de la escollera. Como las musas de las antiguas coplas, la mujer tenía la voz afilada en docenas de aguardientes amontonados y el cuerpo invitador de un cobijo generoso.En el cuarto de atrás curaba la soledad de algunos viajeros de paso, disipando a la vez, entre encuentros presurosos, parte de su abandono callado.Cuentan los pescadores que desde las barcazas de madera, las noches de mucha luna, se ven algunas hebras de su pelo negro bailar como culebrillas en la ventana.
Uno de los relatos de Pilar Blanco para el libro en el que estamos trabajando (realatos cortos de Pilar con ilustraciones mías).Uno de ellos ha sido seleccionado en un concurso podeís leerlo en:el recreo.com
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